(Por Magdalena Andrés, Regional Business Manager de NUMAN) Tomar decisiones sobre el futuro profesional es, probablemente, uno de los mayores desafíos que atravesamos en la vida laboral. No se trata solo de elegir un puesto o una empresa, sino de imaginar un camino: cómo queremos crecer, qué experiencias buscamos y en qué entornos nos vemos desarrollándonos.
En ese proceso aparecen muchos factores —desde lo económico hasta lo cultural— y uno de los que más debate genera hoy es la marca empleadora. ¿Qué tan importante es?
Hace poco en NUMAN hicimos una encuesta en LinkedIn y los resultados mostraron esa diversidad de miradas: un 44% prioriza el proyecto y el salario antes que la marca, un 37% cree que importa pero no es lo único, un 11% la considera clave y un 8% dice que no le influye en absoluto. En definitiva, casi la mitad (48%) reconoce que la marca empleadora sí tiene algún nivel de incidencia a la hora de decidir.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de marca empleadora? No se trata únicamente de trabajar en una compañía “reconocida”. La marca es, en realidad, el reflejo de la experiencia que se vive puertas adentro: la cultura, los valores, el estilo de liderazgo, el bienestar, las oportunidades de desarrollo. Es un concepto que pueden construir tanto una multinacional como una pyme familiar. Y cuando está bien consolidada y es auténtica, se transforma en un diferencial: puede abrir puertas, generar orgullo y proyectar confianza.
El riesgo, claro, es sobrevalorar el “cartel” y subestimar otros factores que sostienen el compromiso en el tiempo: el clima laboral, los aprendizajes, la posibilidad de crecer, las condiciones salariales. Por eso hay profesionales que miran primero el proyecto y el sueldo; otros, que buscan equilibrio entre todos los elementos; y algunos, que directamente deciden sin que la marca tenga ningún peso en la ecuación.
Lo interesante es que no hay una única respuesta correcta. Cada persona decide desde sus prioridades y también desde un nivel inevitable de incertidumbre, porque hasta que no estamos dentro de una organización, es difícil saber cómo será realmente trabajar allí. Por eso el gran desafío está en el autoconocimiento: tener claro qué valoramos, qué estamos dispuestos a priorizar y qué experiencias queremos sumar en esta etapa de nuestra carrera.
La marca empleadora importa, pero nunca alcanza por sí sola. Lo que termina marcando la diferencia es la coherencia entre lo que la organización promete y lo que efectivamente se vive en el día a día. Y ahí está la gran invitación para las empresas: la marca no se hereda ni se impone, se construye con autenticidad, poniendo a las personas en el centro. No importa si sos familiar, pyme o multinacional: todos podemos transformarnos en un lugar atractivo para el talento si trabajamos desde nuestra cultura real y genuina.